"La historia de los infames Tres Reyes.
O como le llaman los adeshianos: Como los hombres casi joden a Adeshia."
Hubo un tiempo de prosperidad y gloria en Adeshia.
Cuando los tres hijos del Viejo Rey, Faron, gobernaban la tierra de arena dorada.
El mayor, Héctor, era un hombre sabio. El ganaba cada batalla con su ingenio. Tan afilado como su espada.
Su segundo hijo, Mano, era un hombre rico. Todo lo que tocaba lo convertía en oro, ya fuera trigo o elote.
El más joven, Gabriel, era famoso por su belleza. De los tres, él era quien tenía más esposas.
De modo que el hermano mayor, Héctor, gobernaba Saleet. La ciudad capital de Adeshia. Él seguido ofrecía banquetes gloriosos para celebrar su pacífica alianza. En uno de esos banquetes, Gabriel se enamoró de la segunda esposa de Héctor, Valentina.
Valentina era una mujer hermosa y pura. Ella escuchaba las súplicas de las personas y ayudaba a los indefensos en las calles. Amaba y era amada por su pueblo. Ella era La Joya de Saleet. Con la idea de reclamar a Valentina como propiedad, Gabriel se aproximo a su hermano.
"Mi querido hermano, Héctor, tú haz sido mi mentor y mi segundo padre durante todos estos años. Sabes que jamás te pondría en una situación incómoda. Sin embargo, desde el momento en que mis ojos se posaron sobre ella, he estado enamorado de Valentina. No hago más que pensar en su sonrisa. Y la llama en mi corazón cada segundo se hace más grande."
Héctor vio la debilidad en los ojos de su hermano. Una debilidad, de la cual fácilmente podrían aprovecharse. Él sintió la necesidad de enseñarle a su hermano pequeño una lección. Un lección que Gabriel nunca olvidaría.
"¿Quieres a mi esposa?" preguntó Héctor. "¿Pero cómo podría entregártela? Ella significa los cielos y la tierra para mí. Ni las más preciosas joyas podrían tomar su lugar en mi corazón."
Pero Gabriel era persistente. Él no se iría sin Valentina a su lado. "Te daría los cielos y la tierra si los tuviera, hermano. Apuesto a que el amor de Valentina vale cien veces más."
Héctor sonrió. "Ah, mi querido hermano. Tú eres un Rey, un gobernante de esta atemorizada nación. No deberías entregar esas cosas por un capricho. Pero veo tu sinceridad. Llévatela si tanto la deseas, pero quiero algo a cambio."
Gabriel inclinó su cabeza, dispuesto a entregarle cualquier cosa que él pidiera.
"Si amas a Valentina, ya no necesitarás a tus otras esposas. Una sonrisa de ella debería bastar. Te entregaré a Valentina si dejas al resto de tus esposas atrás y prometes nunca tener otra esposa."
Valentina por sí misma, era más que suficiente para Gabriel.
Él dio su palabra y abandonó el palacio al día siguiente, para prepararse para la llegada de Valentina.
Él se deshizo de sus esposas, justo como había prometido. Desapareciendolas de su palacio una por una.
Pasó un mes, luego dos y luego tres. Pero Valentina nunca llegó.
Gabriel, cansado de esperar, decidió visitar a su hermano. "Tú me prometiste a Valentina, he esperado por meses pero ella nunca llegó ¿Dónde está ella?"
Héctor inclinó su cabeza y puso su mano sobre el hombro de su hermano. "Oh, mi querido hermano. Mi dulce, dulce hermano. Me temo que lo único que tengo son malas noticias. En cuanto se enteró de nuestro acuerdo, tu Valentina se quitó la vida. Ella estaba devastada de tener que dejar a su ciudad y a su gente atrás. Dijo que prefería morir en casa antes de tener que vivir en otro lugar lejano."
Gabriel quedó impactado al escuchar la noticia. No solo había perdido a sus esposas, si no al amor de su vida.
"Yo podría haberle dado cualquier cosa" dijo Gabriel confundido.
"Pero tú nunca le preguntaste que era lo qué ella quería" respondió Héctor.
Viendo la sonrisa de su hermano mayor, Gabriel entendió lo que Héctor había hecho.
"¿La mataste..." preguntó Gabriel, "...para probar un punto?"
Héctor sonrió. "No fui yo quien la mató, hermano. Fuiste tú. Tu idiotez le costó la vida a una mujer inocente. Esto es lo que sucede cuando un Rey se equivoca. Nunca lo olvides."
Indignado, Gabriel regresó a su ciudad, jurando venganza contra su hermano. Pactó una alianza con su otro hermano, Mano, a cambio de una buena suma de dinero. Y juntos formaron un gran ejercito que marchó hacia Saleet. Dando inicio a la caída de Adeshia.
La era de guerra duró años, llevándose consigo la vida de muchos inocentes. La gente solo pudo encontrar esperanza en La Joya de Saleet, en el Regreso de Valentina. Ellos rezaban a las diosas para que revivieran a Valentina. Ellos lloraban y suplicaban para que la guerra llegara a su fin.
Escuchando sus plegarias, la diosa de la compasión, Neema, besó las cenizas de Valentina. Y de las cenizas renació, Valentina una vez más.
Neema no fue la única que escuchó las plegarias de la gente. La diosa de la venganza, Echena, estuvo ahí cuando Valentina renació.
Echena le forjó una arma mortal, hecha con la ira del pueblo. Una guadaña de gran poder le fue dada a Valentina.
Con la ayuda de sus madres, Valentina peleó por la paz y la justicia.
Ella limpió a los Tres Reyes de sus pecados al quemarlos vivos, terminando así la guerra, de una vez por todas.
Valentina, quien ahora gobierna la tierra por su cuenta, juró proteger a Adeshia de la corrupción.
"Una reina es la madre y protectora de sus súbditos, y de nadie más."
El pueblo se regocijó, construyó muchos templos en honor a Echena, Neema y a La Joya de Saleet. Ellos juraron alabar a las diosas y a su hija por la eternidad.
Los pecados de los Tres Reyes nunca fueron olvidados. Por este motivo, los hombres tienen prohibido volver a gobernar Adeshia.
El poder envenena a los hombres. Nunca deben juntarse. Alejarlos del poder es protegerlos del pecado.
AV. 123.12.2 Becario Anton Agustin.